Cadáver exquisito con María Esquivias.
Me hablaste tantísimo de fuego
que me volví todo el peligro
que, incluso a mí, me daba miedo
y, después, en un pánico no confesado
renunciaste a querer
quemarte.
En el frío ambiente
que crea
un gracias
después de un te quiero.
Quiero tus dedos deslizándose por mi pelo
– la vida y media que dio Andrés–,
tus pupilas ofreciéndome mil guerras
y yo, sin poder pedirles tregua
confesándome mortal.
El giro inmortal
de las caricias
de tu boca
en mi pecho,
el giro inmortal
de un vals
que no deja de sonar,
el giro inmortal
de un yo
sin su palabra favorita,
que eres tú.
Conjugación alejándose de un plural
que en la lágrima que yo derramo
y tú ignoras
ya no desemboca en nosotros.
Y yo, piel olvidada
secándose en un sol que no quema,
me enamoro de como
tus estrofas me ignoran.
Hay veces que oigo llantos
en medio de la noche.
Luego descubro
que soy yo.
Que una parte de mí
se siente desdichada
pero está tan avergonzada
que no quiere que me de cuenta.
Cuando mi piel ya había
adquirido tu olor,
cuando ya era quimera de rutina.
Pero el verbo ser
disparando
de tu casa a la mía
nunca dejará de ser utopía
y, joder, cuanto pincha.
Ya he dicho que lloro
a escondidas de mí misma,
pero también grito
y me insulto
y me odio tanto
como espero que me quieras.
María desangra sus pensamientos en este blog pinchando aquí, en el susodicho hay mil historias y mil canciones sin poeta, además de una increíble persona a la que yo, personalmente, quiero mucho.